domingo, 14 de junio de 2015

A veces quisiera ser una voz que hable por otra. Una especie de círculo, un tranvía. El hilo que conduce el secreto metal que cruza desde un vaso de plástico a otro. Quisiera, por lo menos, mediar en aquel rincón donde comunicación no significa nada, donde el gesto del muchacho al escuchar a su amigo hablar de pronto, desde un más allá, es el de un asombro indescriptible. Quisiera convertir, por lo menos una vez, la piel en onda de sonido, que toques mi pecho y  puedas sentir las vibraciones del líquido expandirse hasta tocar el fondo, el sexo, la sangre, la maraña de órganos que llamamos vida. Quisiera transmitir mecánicos mensajes / eléctricos mensajes, ser el traductor de una raza alienígena que depende de mí para sobrevivir al tedio universal / espacial / cósmico de sus voces. Quisiera y sin embargo muevo mis herramientas como buscando la tecnología necesaria y, en el mejor de los casos, descubro que mis herramientas son la perfecta unión entre vida y muerte: un arma miserable hecha de huesos y rocas.

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