A veces quisiera ser una voz que
hable por otra. Una especie de círculo, un tranvía. El hilo que conduce el
secreto metal que cruza desde un vaso de plástico a otro. Quisiera, por lo
menos, mediar en aquel rincón donde comunicación no significa nada, donde el
gesto del muchacho al escuchar a su amigo hablar de pronto, desde un más allá,
es el de un asombro indescriptible. Quisiera convertir, por lo menos una vez,
la piel en onda de sonido, que toques mi pecho y puedas sentir las vibraciones del líquido
expandirse hasta tocar el fondo, el sexo, la sangre, la maraña de órganos que
llamamos vida. Quisiera transmitir mecánicos mensajes / eléctricos mensajes,
ser el traductor de una raza alienígena que depende de mí para sobrevivir al
tedio universal / espacial / cósmico de sus voces. Quisiera y sin embargo muevo
mis herramientas como buscando la tecnología necesaria y, en el mejor de los
casos, descubro que mis herramientas son la perfecta unión entre vida y muerte:
un arma miserable hecha de huesos y rocas.
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